¿Ciudadano o súbdito?; ¿esclavo o libre?; ¿cómo nos definimos?, todas interrogantes que determinan, debida respuesta explicitada, a un individuo transparentado hacia sí mismo y los demás. En principio, una antigua pregunta aristotélica: ¿Qué es lo que hace ciudadano a una persona?, pregunta directa, ya que, nos ayuda a disipar del total de interrogantes, aquella que nos sería de más utilidad para zanjar una discusión que utiliza el término ciudadano para todo.
¿El ser ciudadano qué es?; ¿qué lo diferencia de ser persona?; ¿se es ciudadano y persona a la vez?; ¿por qué es importante que sepamos a qué nos referimos cuando hablamos de ciudadano o ciudadanía en el contexto de la comunicación de masas y prensa existente?, y no solo en estos medios, sino, que en la vida pública, con sus matices, en el diálogo sostenido entre desconocidos y conocidos.
La naturaleza del término se remonta al pasado. Los griegos conformaron la arquitectura de la democracia en torno a la polis, en el ágora (plaza pública). Para los romanos, ciudadanos eran todos aquellos que habitaran en la civitās (ciudad) con la presencia de ciertas condiciones ciudadanas que los caracterizaban Ciudadano del Imperio, no miembro de la polis. En la Edad Media, podemos entender la ciudadanía en términos de subordinación. La Edad Moderna abrirá una perspectiva dentro de la tradición greco-romana, desde el Renacimiento, sin embargo, las monarquías absolutas se impondrán reduciendo nuevamente al individuo como mero súbdito del Rey. No hay cabida para el concepto clásico de ciudadanía
El asentamiento para un nuevo sentido de ciudadanía incluyente, nace a partir de los conceptos de estado de naturaleza y de contrato social, desde los cuales se dará origen a la idea de Estado, otorgando una nueva garantía sobre los derechos y libertades que de manera libre pertenecían a los individuos. La revolución francesa y norteamericana, con sus diferencias en cuanto a la forma, verán nacer el sentido de una ciudadanía más explícita en el ámbito público, donde aparecerán los derechos civiles, políticos y extendidos en el tiempo, los sociales, culturales y vinculados al medioambiente.
Ahora bien, retomando el inicio de estas ideas, expresadas en preguntas, y continuando con ellas… reformulamos: dónde identificamos al ciudadano contemporáneo, qué necesidad hay de conocerle y, para qué es imperiosa esta comprensión de él. Es esta la necesidad primera para enfocarnos en su constitución y reflejo de una parte importante del rostro más civil de nuestra vida.
Un acercamiento sustancial e interpretativo se deriva de lo siguiente: “En el antiguo Régimen el público se componía de súbditos, de individuos tutelados por el rey o por la Iglesia. No optaban a darse leyes a sí mismos, esto es, no habían dejado atrás la culpable minoría de edad denunciada por Immanuel Kant para asumir la emancipación que exige la ciudadanía y la democracia. Pensar por uno mismo y dejar atrás toda tutela, o dicho en otras palabras, ser poseedor de una autonomía personal, es un requisito fundamental para ingresar en la esfera pública discursiva” En este sentido, la deliberación pública sustituye al monólogo partidista que se ciega ante la pluralidad.
Al reconocernos, dejamos momentáneamente cerrada la satisfacción de nuestras necesidades en el otro/otra, ya que, en la participación por una acción política, desde un espacio público, proyectamos colectivamente nuestra dimensión individual, más allá de nuestras evidentes diferencias. Dejamos de ser súbditos para convertirnos en gobernadores de nuestras decisiones colectivas que aparejan consecuencias decisivas para nuestra sobrevivencia y vida colectiva.
Los consejos populares que nacen desde abajo, representan la concreción de un impulso emanado desde la sociedad civil, ante las incongruencias políticas de sus representantes, lo que ha conllevado que la dimensión de la pluralidad social y cultural de la vida de las personas se manifieste en asociaciones permanentes que velan continuamente por una libertad de decisión y acción.
A lo largo de la historia, este escenario se ha dado en momentos en que la luminosidad de la ciudadanía ha salido a las plazas de varias partes del mundo, en diferentes contextos, pero con un sentido político de participación común. En estos contextos: “Todos ellos estaban compuestos por tipos dispares: consejos de campesinos, obreros, escritores y artistas, consejos de vecinos o de estudiantes, o de obreros de las fábricas. Lo que manifiestan esas formas organizativas es: “queremos participar, queremos discutir, queremos hacer oír en público nuestras voces y queremos tener una posibilidad de determinar la trayectoria política de nuestro país”.
Implícitamente podemos inferir un perfil de “ser ciudadano” en los párrafos anteriores, pero es solo una apreciación subjetiva, tal vez, carente de una formulación teórica más argumentativa, sin embargo, parte de una base empírica indesmentible por distintos síntomas que dibujan paulatinamente un rostro, una forma de acción de la ciudadanía, un espacio de libertad pública, horizontal, cohesiva, deliberativa que necesita ser estimulada y encauzada hasta los principios de lo desconocido.
¿Qué sois?; ¿Qué seremos?; ¡ciudadanos o súbditos!.
1 Lipson, Leslie. “Los grandes problemas de la política”. Editorial Limusa-wiley. S. A. México, página 105.
Subtítulo del capítulo: “El gobierno del privilegio”.
2 Guerra Palmero, María José. “La apuesta por la democracia”. Batiscafo, S. L. España, página 32.
3 Sánchez, Cristina. “Estar (políticamente) en el mundo”. Batiscafo, S. L. España, página 99.