LA DEMOCRACIA Y LA SABIDURÍA DEL PUEBLO Marcelo Díaz Suazo

 

publicado por Marcelo Ruiz Tagle Escobar director@eloradorilustrado.cl

Opinión

LA DEMOCRACIA Y LA SABIDURÍA DEL PUEBLO

Marcelo Díaz Suazo

Fue el pasado 7 de noviembre cuando el Presidente de la República Gabriel Boric, al recibir oficialmente la propuesta de nueva Constitución y firmar el decreto que permitirá realizar el plebiscito sobre aprobación o rechazo de dicho texto el 17 de diciembre, señaló en su discurso: «confío plenamente en la sabiduría del pueblo chileno, y es que siempre en las decisiones políticas trascendentales esto el pueblo chileno lo ha demostrado y estoy seguro que en esta ocasión así también será». Con estas palabras, el mandatario no sólo valoró el ejercicio de democracia directa que significa el plebiscito, sino también la importancia de la participación ciudadana en las decisiones políticas, aristas ambas de una versión más moderna y eficiente de la democracia como régimen político.

“Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra”, mensaje final del histórico discurso de Gettysburg, pronunciado por el entonces Presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln, en esa ciudad de Pensilvania, con motivo de la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados, el 19 de noviembre de 1863, es considerado hasta ahora no sólo como uno de los más grandes y citados discursos de la humanidad, sino también como la definición más precisa y concisa de “democracia”.

La democracia es una forma de gobierno. Una forma de administrar el Estado, donde el poder es ejercido por la ciudadanía mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones. No obstante, responder la interrogante qué es la democracia no siempre ha sido una cuestión pacífica, por lo que acotar adecuadamente esa definición obliga a considerar todas las aristas que la evolución histórica, el desarrollo filosófico y la práctica política han introducido al contenido de este concepto primordial.

El avance de la humanidad y la propia cotidianidad política, han hecho que la respuesta a la inquietud antes referida haya ido variando a través del tiempo, influida por las ideologías predominantes en las distintas épocas, por la doctrina elaborada desde el mundo científico y filosófico y por el ascenso al poder ya no sólo de las élites sino de cada vez mayores y más amplios sectores sociales. Así entendida, la democracia es hoy, más que una manera de gobernar, una forma de vida en sociedad, cuya principal función es garantizar el respeto de los derechos humanos, proteger las libertades civiles y los derechos individuales y permitir y favorecer la igualdad de oportunidades en la vida política, económica y cultural de la sociedad.

Por eso, en pleno siglo XXI, para que se pueda hablar de democracia, o para poder afirmar que un Estado es democrático, porque su forma de gobierno es la democracia, es preciso comprobar el cumplimiento en ese Estado de ciertos parámetros básicos, que deben dar sustancia o contenido a su democracia, a saber: la participación de la ciudadanía en la adopción de las decisiones políticas, la legitimidad jurídica de dicha participación y de las decisiones adoptadas y la correcta fiscalización ciudadana sobre la implementación por parte de las autoridades de esas decisiones, en la forma y oportunidad que corresponda conforme al mandato que les fue conferido.

La participación en los procesos de toma de decisiones es componente fundamental de toda democracia. La participación es requisito sine qua non, pues no se concibe la democracia sin participación ciudadana. La democracia requiere participación activa de la ciudadanía, ya que sólo así será “el gobierno del pueblo”.

En la actualidad, el mecanismo principal de participación es el sufragio universal, libre, secreto e informado, mediante el cual la ciudadanía elige a sus autoridades, con la finalidad que le representen -por un período determinado- en los procesos de toma de decisiones. Es la llamada democracia representativa, en oposición a la democracia directa, donde son los propios ciudadanos quienes adoptan las decisiones, sin intermediarios, a través de instrumentos como el referéndum o los plebiscitos y las iniciativas populares de ley.

En ambos casos, democracia representativa o democracia directa, la participación ciudadana debe ser legítima, y esa legitimidad la da el Derecho. La participación debe ser reglada para evitar los abusos y la violencia, que permanentemente conspiran contra la democracia, y por ello, aunque la democracia implica el gobierno de las mayorías, no puede soslayar a las minorías, ni desatender los derechos de los individuos.

Preocupado de esta materia, Norberto Bobbio, el célebre filósofo y político italiano del siglo XX, introdujo en su momento en la Filosofía, el Derecho y la Ciencia Política “la definición mínima de democracia”, para ejemplificar una idea tan obvia como la de que si no hay respeto por las minorías, aun cuando gobierne la mayoría, no habrá democracia. La idea es que el gobierno represente a la mayoría, respete a la minoría y le permita hacer valer sus derechos a todos los ciudadanos. Por ello la mayoría de los estados democráticos cuentan con una Constitución Política, una Carta Magna o Ley Fundamental que sirve de guía para sus legisladores y garantía para sus ciudadanos. Chile no es excepción, y la decisión política trascendental que deberemos adoptar el próximo 17 de diciembre es un claro ejemplo de aquello.

Volviendo al discurso del Presidente Boric sobre el documento entregado por el Consejo Constitucional, “Chile debe decidir si esta es una propuesta que nos une”, confiemos en la sabiduría de nuestro pueblo.