A 50 AÑOS LUZ DE MÚSICA por Juan Manuel Mancilla

Publicado por Marcelo Ruiz Tagle Escobar director@eloradorilustrado.cl

A 50 AÑOS LUZ DE MÚSICA 

A Lucas Henríquez Ponce 

Me sorprende que se cumpla medio siglo de discos claves cuya aparición se cifra ese fatídico 1973. Cada vez que escucho estas obras maestras me digo lo mismo: mientras miles de jóvenes entraban a una dimensión extraordinaria a través de la música, con el Dark side… o Artaud, por acá nos íbamos uniformadamente al infierno.

La lista no obedece a ninguna jerarquía. Prefiero imaginarla como una constelación que orbito eternautamente. Un atlas en movimiento que desde a mediados de los 80’, siempre me acompaña. Si acaso hay alguna taxonomía, diría que los dos primeros álbumes fueron los que primero escuché. También que cada disco tuviera al menos cinco canciones que me hayan conmovido. Huelga decir que ninguno fue un “one-hit wonder”. Por el contrario, todos son extraordinarios de inicio a fin. Otro requisito, que las letras conformaran una poética explícita capaz de pronunciar un mensaje que exceda la mera información. Por último, que su música hoy me siguiera suscitando descarga acústica (Julio Ramos 2010), tras cuatro décadas ininterrumpidas de audición.

Led Zeppelin: «Houses Of The Holy»
Ya el título me llevó a pensar que las composiciones de estos genios iban más allá del estereotipo rockero. De hecho, al escuchar “No quarter”, su oscura luz me hipnotizó. Estaba comenzando a captar bien la marihuana, y me pasó que en una reunión con amigos, sentí que me había conectado sincrónicamente con todo. Apagamos la luz y nos dejamos fluir a través de los teclados. La melodía extraordinaria me teletransportó hacia la contemplación de una epifanía profana (Benjamin 1929) en esos espacios que solo la música y la poesía abren. La casa donde estábamos, muy modesta, más bien una bodega improvisada como casa-dormitorio, se transformó en un altar sagrado, lugar que abrió el espacio propicio para un rito. Ahí experimenté una transformación inicial, una metamorfosis de mi púber ser: mi mente diversa en el espacio viajando unida a mi cuerpo disperso por el suelo. Eso fue suficiente para apreciar eternamente a Led Zeppelin.

Hasta antes de «Houses Of The Holy«, la música de Led Zep. me había gatillado otras emociones, más viscerales, pero con “No quarter” se encendió otra magia.

De todos modos, si “The song remains the same” y “Dancing days” ya me habían agitado el pulso, luego, “The rain song” me confirmó que el virtuosismo de esta música no solo era demostración de poder, sino conjunción de voluntad, entre técnica y dominio extraordinario del instrumento, más la búsqueda de una emoción y entrega total, irrenunciables cualidades que me llevaron a sellar la música como una experiencia entre sonido y sentido siguiendo al poeta Valery (1927), una ofrenda preciosa y preciosista creada para el gozo del alma humana.

A los meses de salir del hospital por el año 2011, a modo de recuperarme en todo sentido, fuimos con mi madre y mi hermano a conseguir una guitarra folk de doce cuerdas al centro de Santiago, y me propuse la tarea de sacar la famosa “Canción de la lluvia”, precisamente una noche lluviosa y muy triste. Entre la total emoción de poder volver a poner las manos sobre las cuerdas, fui descubriendo la belleza intrínseca de la composición y que la afinación, Page la había tomado de una pieza céltica medieval. En suma, “La casa sagrada” de Zeppelin hoy la comprendo y reconozco como aquel templo invisible edificado por la música, donde quien acude puede sanar, acompañarse y estremecerse, todo al mismo tiempo.

Pink Floyd: Dark side of the moon
Una de las más bellas obras de arte de la época contemporánea que se expande más allá de lo musical, tensando problemas de la esfera filosófica, política y social, todavía el arco de su potencia afina y muy fino. Solo diría que “The gig great in the sky” es la pieza que imagino sonaría al otro lado del paraíso.

Debe ser una de las últimas composiciones artísticas creadas que desea y manifiesta lo sublime innominado.

Curiosamente, una pieza instrumental donde lo que más destaca es el canto vocal de una mujer, voz expresada a través de un sostenido grito que viaja desde el centro del desgarro hacia la más profunda huella oscura del sueño vivo tras la vida. La considero la expresión más cercana a la experiencia de la vida que linda con el umbral de la inexistencia. Cada vez que la oigo, me sube un espíritu por la médula espinal y me hace estremecer las lágrimas.

Por otra parte, “Brain damage/Eclipse”, hoy por hoy traen la voz reivindicada y el recuerdo pleno del loco cuerdo.

La visión lúcida del alucinado entre los alienados por el capitalismo. Sobresaliente pieza hoy totalmente necesaria por la defensa y reivindicación de la figura del lunático y su contemplación premonitoria ante la destrucción total de un mundo perdido, cifrando en el astro de la noche oscura una esperanza en lo desconocido.

Sui generis: Confesiones de Invierno y Pescado Rabioso: Artaud
Dos obras plenamente trasandinas. La primera es posiblemente también la primera educación sentimental de varias generaciones de músicos que hoy posamos la cuarta y quinta década. Más allá de “lo fogatero”, la obra de García y Mestre abre una puerta para mirar ese pasado que todo joven de ayer y hoy debió haber vivido. Tanto la música como la lírica de Sui generis literalmente dan forma, inician, facultan y preparan para comenzar a andar el pedregoso y sinuoso camino.

Se cierne y eterniza aquello que jamás deberíamos perder: la piel adolescente, cálida, suave e intensa, sensibilidad total a flor de pétalo, “Aprendizaje” lo dice todo al respecto y la melancolía me atrapa cuando pienso en Charly y en mis propios fantasmas “Cuando ya me empiece a quedar solo”.

Hablar de Artaud es nombrar una de las pocas veces que agradezco a la diosa el haberme dado el castellano como lengua madre. Aquí hay magia pura, maestría y experimentación dada al unísono. Conjunción poética y planetaria superior entre creación, audacia y sensibilidad. Arte mayor que de haber cantado Spinetta en inglés el mundo bailaría o cantaría sus canciones antes que las The Beatles. Artaud es vanguardia musical, un milagro que puso en conexión arte complejísimo en boca de todos. Cada canción es una veta, una escuela, una hipótesis de trabajo e investigación única que solventa y responde con creces en cada uno de todos sus argumentos, imbatibles, por cierto. La obra es manantial, fuente inagotable de aprendizaje e inspiración.

Demostración de una época en que la calidad no es arrogancia, donde la experimentación es viable y deseada. Donde la exploración singular no es sinónimo ni antónimo de nada, sino igualdad recíproca del alma de un artista: entregar belleza, placer, imaginación, estímulo: manifestar la vía tentativa hacia el infinito sueño. “Por” es el más bello y extraordinario invento de la música hecha por este lado del pequeño orbe. Similar con “A Starosta, el idiota”. Ambas las incluí en un repertorio que presenté por Europa en 2015. Las personas me preguntaban sorprendidas que qué era eso, yo les respondía: la música sudamericana que se hacía y escuchaba hacia los años 70’ por los confines del mundo.

No está demás decir que de haber justicia poética, L. A. Spinetta merecería no sólo el Nobel de Literatura, sino el de la Paz, acaso el de Ciencias también, muchísimo más que otros acreedores. “Cantata de puentes amarillos” o “La sed verdadera” son suficientes y dan de sobra para todo ello y más. Inagotable, inmarcesible flor la de Spinetta.

Los Jaivas: La ventana
Finalmente, no podría dejar de mencionar este álbum. Porque “Mira niñita” y “Todos juntos” mantienen intacta la energía emotiva que promueven entre quienes las escuchan. Estas piezas me llevan a reinventar los arcanos de un país que al parecer goza en celebrar y perpetuar la ignorancia, antes que cultivarse en la “ternura” (mistraliana) de la primera canción y en renegar la sorora hermandad de la segunda composición que invita a querernos y descubrirnos. En Los Jaivas y en este disco surrealista, rockero y folklórico a la chilena, hay un “capital” no solo poético sino político que se debiese reactivar aquí y “En la quebrá del ají”. Oigo y leo ahí una clave, esa nota colectiva y estridente de “Corre que te pillo” que bien pudiera devolvernos la vista hacia esa ventana abierta que hoy parece cerrarse. Ventana metafórica por donde debiéramos defenestrar todo lo horrendo que nos adolece y abrirla para todo aquello que nos revitalice y engrandezca como seres humanos.

Y a propósito del grupo, al recibir la invitación de Caja Negra voy en un colectivo pasando frente al Teatro Municipal de Viña del Mar que lleva cerrado diez años, uno de los lugares donde Luis Spinetta y Los Jaivas plasmaron su música. Sin duda, desaparecen espacios como también desaparecen las cosas reunidas. En la síntesis, me doy cuenta de que dos discos son ingleses y dos argentinos, más una coda chilena. Todos plenamente vigentes en su armadura artística integral y que en mi apreciación, debiéramos volvernos hacia su descarga acústica rockera y recobrar la energía que altera la monotonía del baile y canto serializado artificialmente por una “inteligencia” maquinal.

La pregunta que queda dando vueltas en el viento es, ¿cuánto más resistirán estas hermosas obras de arte, y si acaso las nuevas generaciones se las perderán. ¿es posible que se pierdan?, ¿ayudarían en revertir algo del sombrío panorama individualista de este nuevo siglo (desmusicalizado)?
Quizás, una respuesta habría que buscarla en Los pasos perdidos, ese libro de Carpentier (1953) donde se debe ir a encontrar lo imposible en el corazón mismo de lo desconocido.

Juan Manuel Mancilla
Valparaíso, otoño 2023