Columnista desde México: Juan Manuel Mancilla
Una semana y más en tierra azteca,inmerso en la inmensidad mexicana. Guanajuato ¡Qué hermosa! Delineada entre túneles y vetas, esparcida entre escaleras y callejones que esconden los secretos abiertos al ojo no del que mira sino del que lee. Con una intensidad tal de agua mineral, de plata y vértigo con altura de socavón multipintado. Imponente entre las dos mejillas, estrechos cerros mineros. De pronto siento que estoy en un Pisco-Elqui veneciano, en un laberinto seco pero lleno de pasos, inundado de humanos que caminan entre sus curvilineamientos caseros, navegaciones al fin, sin góndolas pero con fluidez de aguacero de cerro desplomado, entre las razas, los idiomas, la música y las letras. ¡“México lindo y querido”! Tenía razón el charro cantor. Claro que es lindo y también querible, el mexicano, los mexicanos, más tranquilos, más distensionados, guardando algo de lo noble que han sido: imperio, tan imperio. Monarquías indias, prehispánicas, majestades de indias occidentales. Ellos algo guardan porque tienen aquello de la manera cortesana, entre el saludo dulcemente acostumbrado en la calle, en la esquina, donde sea. Se saluda al otro, se le ve, se mira el otro rostro como entre el campesinado chileno, aunque también contradictorio por resabio sostén encolonizaje, quizás manifestado tan amablemente en el “mande Usted”, o “a sus órdenes”, pero que a vista y paciencia del escribiente, permite sin duda alguna el elogio de las tradiciones cuando logran triangular de los hombres el misterio de verse y oírse.
He recorrido las calles, sus callejones de ida y de venida y simplemente no puedo dejar de suscitar en los sentidos la fiesta y su embriaguez, provocación de borrachera espiritual por razón a sus asentamientos de esquinas, contra cantos, puertas, catedrales, esculturas, olores y colores reunidos ahí en cada punto del espacio sideral y mexicano. En que suspendido por el sorprendimiento, los ojos no pueden penetrar más allá de las paredes, como si los ellos irrefrenables quisieran seguir más y más, como animales desbocados que se quieren soltar de las riendas y se chocan con el barro del muro colonial en su arrebato niño, como a la lengua bajo paladar en la comida hermosa mexicana, sana y artesana, manos de masas trigales, de yerbas buenas, de aguas frescas, bebidas y sabores reunidos en su lengua y su hablada.
Llegué al Paseo de la Presa-Cambio con Callejón Zaragoza y el retrato encendido de la virgen me recibió en el primer peldaño antes de llegar a la empinada rosa del hostal Casa del Dante, entre medio de Panorámica y la calle ya dicha. Hermoso lugar que recibe a los viajeros modernos provenidos de todas partes del mundo continental, decididos a la contemplación de México venerado. La señora Irene consultaba por Violeta y sugirió canonizar a Víctor, a quien le atribuye cualidades de santo y mártir, ella recomienda solo encomendarle milagros al santo de la guitarra.
Recorrimos unas cumbres con Karl, alemán de Hamburgo y Yisel, mexicana del DF, ahora siglificada en CDMX. Mientras ascendimos por los caminos accidentados del cerro, nos detuvimos bajo unas piedras dolmen como portales de otro espacio-tiempo, y ahí apareció entre las rocas, marcado el sol azteca, grabado en la piedra por el artista anónimo, mismo astro en la portada tapa del libro de Octavio Paz que llevaba en mi mochila. Los muchachos quedaron sorprendidos por el hallazgo, y yo bien conformado en mi itinerario de salir a los encuentros poéticos,maravilla románticaya en desuso.
En el viaje no hay edades, todos tenemos otros años por cumplir o ya cumplidos. No hay un solo tiempo que rija los espacios, también haces múltiples. En el viaje es otro tiempo el que cuenta, es el tiempo del relato, el de las posibles manipulaciones, del poder manejarlo, ductificarlo y forjarlo paralelo de riles y trenes sin rumbo fijo, encantos de una fábula salida y sacada de la experiencia vivida, dispuesta al mesón para querer contarla.
Diarios de viajes. México, Ciudad de Guanajuato, 17 de marzo.