El desamparo de los campeones*
La ciudad no ha conocido
no ha sabido
cuidar de esta estirpe
que glorifica sus días
con vino
y abandonados a su suerte
mueren lentamente,
oh Dios!, que tristeza.
algo de mí muere con ellos
* Indigentes que compartían espacio en nuestras tertulias en sitios eriazos.
I
El sacrificio mayor del ser humano recae en la atención hacía sí mismo. Las divergencias de espacio y tiempo lo impulsan a trabajar para sobrevivir. La vida se nos va en atención a esto último, nuestro sacrificio, que en este caso no sería por algo personal, sino mas bien hacía lo otro, lo externo, lo ajeno, lo extraño, que en algún momento se convierte en algo familiar, sin límites, se transforma en el desplazamiento de la personalidad, en la posible alienación de nuestro yo auténtico que gime de piedad por su salud.
Algún día tendré todo. Todo será nada.
II
¿En qué debemos ocupar el espacio que hay entre cada uno de nuestros pensamientos?
¿Qué se aloja en esos espacios?
La ataraxia, la tranquilidad del espíritu.
La muerte de la vida consciente
Mi anhelo
III
Las tardes se me van observando como el viento levanta bolsas del suelo, para después hacerlas volar a la distancia, y sin dirección conocida girar en el cielo de la tarde. Las observo calladamente, acodado al balcón que da hacia la calle principal, frente a la estación de trenes, y el viento insiste, silba para recordar que todo vuela hacia ningún lugar, y no me canso de pensar en ello, en ese vuelo, en ese viaje que no tiene un lugar visible para mí.
Por Javier Torres
(Noviembre, 2013, Diego de Almagro).