El Polvorín

EL POLVORÍN

Por Vidal Naveas Droguett

Un llamado de atención para los que estuvieron, los que están y los que vendrán.

En Copiapó, se está construyendo un terminal de buses al cual le han puesto un rimbombante nombre: «Moderno Terrapuerto de Copiapó», con la intención clara de magnificar, agigantar el hecho de construir un simple terminal de buses. (Que bien sabido nos hace mucha falta, como el Mercado, el aeródromo y otras necesidades primordiales).
Pero ese no es el tema y mi critica, probablemente, vaya más lejos.
Habría sido muy interesante que, al instalarse el terminal en aquel lugar, conservase la Raíz Matria e Histórica del lugar, como su nombre: El Polvorín.
Asimismo se hubiera contribuido a la conservación patrimonial del magnífico y sesquicentenario edificio allí existente. (Ignoro que es o que ha sido de él, pues no hay información al respecto).
Ese edificio de maderas nobles, revestido con barro y de un valor histórico invaluable, podría haber sido ocupado como un lugar cultural que, contara con cafetería, venta de artesanías, literatura y entrega de información turística. El solo hecho de saber que fue un polvorín, atraería notablemente la curiosidad de los pasajeros en tránsito.
En las administraciones gubernamentales pasadas, me acerqué a las Secretarias Ministeriales de Atacama, como la de Bienes Nacionales y la de Transportes, con tal de requerir información, pero nunca en los años de «ardua labor» de estas oficinas, fueron capaces de dar respuestas a las solicitudes de audiencia, y eso que se comenta “ el haber tenido siempre, una política de puertas abiertas”
En todas las administraciones, las pasadas, las actuales y las que vendrán, siempre se comentará mucho eso “de preservar y cuidar el patrimonio»…
BREVE RESEÑA DEL POLVORÍN
La poderosa familia Cisterna Fuica, Fundadores y Encomenderos del Valle de Copiapó, entre sus pertenencias en el Siglo XVII, fue dueña del Cerro del Azufre o Volcán Copiapó y explotaban los azufres para las polvoreras del ejército en Chile, importándose grandes cantidades hasta el Perú.
Copiapó, como ciudad minera, siempre tuvo acceso a la pólvora para sus extracciones mineras.
El primer Almacén de Pólvora de Copiapó, estuvo a los pies del cerro Chanchoquín, frente a la calle Rancagua, al lado del antiguo cementerio. Era solo una caverna con resguardo y protecciones de piedras y barrotes.
Tiempo después, con la masificación de las labores extractivas, hubo exportación e importación de la pólvora, éstas eran mantenidas en las playas de Caldera – tanto así que la actual Playa Mansa, era conocida como la «Playa de los Sacos» – esperando ser llevada a lomo de mulas hasta Copiapó, pues el ferrocarril se negaba a transportarla.
Es así como se construyó un edificio en nuestra ciudad, para almacenar la pólvora a partir del 13 de mayo de 1857, con una suma de gastos de $13.443. Decreto emanado del Gobierno de don Manuel Montt Torres.
Anteriormente, el 3 de agosto de 1853, el Intendente de Atacama don Antonio de la Fuente, había hecho un cálculo estimativo y muy parecido en los gastos de construcción, pero, proponía el levantamiento de un edificio parecido en el puerto de Caldera. El que no se concretó.
Por largos años, el Ejército de Chile mantuvo la custodia del edificio por razones de seguridad, pues nuestra ciudad siempre se vio involucrada en hechos de armas, como la Asonada de los Amotinados de Juan Fernández que, escaparon de su prisión en la isla, en el año 1834; la Revolución de los Igualitarios en 1851; la Revolución Constituyente de 1859; y la Pascua Trágica de Copiapó y Vallenar en el año 1931.
La estrategia de mantener en reserva este lugar, impidió que esta edificación fuera conocida mayormente por la ciudadanía, ya lo dijimos razones de seguridad.
Es (o era) una casona gigante, de gruesas paredes, con subterráneos, gruesos maderos de pino de Oregón, Roble americano, caña de Guayaquil, como todas las vetustas edificaciones de la época, donde la plata doblaba las rodillas de los políticos, mineros y empresarios.
Fue diseñada especialmente con el propósito de guardar los cada vez más peligrosos elementos explosivos.
Hace unos años atrás, el Ejército de Chile, encargado de la custodia del recinto, entregó las viejas instalaciones, en buen estado de conservación al Ministerio de Bienes Nacionales. El viejo Polvorín permaneció abandonado por largos años, las maderas nobles de su construcción, nunca sabremos que destino tuvieron o tendrán.
Desde lejos se podía apreciar el lamentable deterioro.
La moraleja es que – estos descuidos lamentablemente van a seguir ocurriendo – principalmente con los encargados de gobernar – quienes, desprovistos de conocimientos, actúan en contra de nuestra ciudad y región, sin valorar nuestro pasado rico en historia.