Un problema que quiero tratar y que lo mencioné un poco tangencialmente en una columna anterior, tenía que ver con situaciones generadas a propósito del confinamiento obligado por la pandemia. Me refiero a la obesidad infantil.
Este es un problema que ha adquirido relevancia en la medida que el tiempo avanza y es debido básicamente porque la alimentación se ha tornado muy calórica, a pesar de las fuertes corrientes que propenden la alimentación sana. Lo fundamental de este problema estriba en que la obesidad está generando en edades más tempranas, patologías que antiguamente se consideraban exclusivas del adulto, como ocurre con la diabetes,
el hiper-colesterol o la hipertensión arterial. Y no podemos dejar de observar que también hay factores sicológicos desencadenados por esta situación como son el deterioro de la autoestima, la disminución de la capacidad física, algunos problemas ortopédicos, bulling, etc.
Una complicación consiste en que los padres no siempre se dan cuenta de este problema y se llega a un punto tal que, si no ven en la curva de peso la ubicación del niño, no creen que están frente a un problema. Es común que algunas personas, en especial de mayor edad, consideren al niño flaco porque “se le ven las costillas” y tiendan a sobrealimentarlo, lo mismo ocurre con abuelos consentidores que para tener contento al niño lo atiborran de dulces, pasteles, golosinas, lo que no hace otra cosa que alimentarles el camino hacia la malnutrición por sobrepeso.
La forma de calcular si el peso es adecuado al tamaño que tiene el niño es lo que se llama el índice de masa corporal que consiste en un cálculo que determina la cantidad de kilos por metro cuadrado de la persona (peso en kgs dividido por el cuadrado de la altura en metros). Este índice se lleva a unas tablas que es donde se determina el nivel nutricional del niño.
Evidentemente hay factores genéticos que pueden influir en el riesgo de alcanzar peso elevado, pero esto en combinación con otros factores aumentan este riesgo. Los factores que influye son: una deficiente alimentación, es decir el consumir comidas muy calóricas, (chatarra), bebidas gaseosas, exceso de dulces y postres. Claramente el modificar esta dieta dirigida mas hacia alimentos sanos, es decir con mayor cantidad de fibra, vegetales, frutas, disminuyendo todo aquello que contiene harinas (el bendito pancito) y azúcares son sin duda un gran paso a mejorar las posibilidades de salud.
Como mencioné en este periodo de pandemia el confinamiento ha obligado a las clases vía internet, lo que ha contribuido a reducir mucho la opción de actividad física, consiguiendo que los niños se mantengan mucho tiempo conectados al computador, lo que se extiende después con el consumo de juegos en red. La actividad física reducida no permite quemar calorías que debieran ser utilizadas en esa actividad. Lo lógico entonces es aprovechar que ahora se está volviendo a la actividad escolar para incrementar la actividad física.
Hay otros factores menos visibles como el estrés generado a partir de problemas familiares, o los problemas socioeconómicos que impiden que la familia pueda entregar una alimentación saludable como sería lo deseable.
A los problemas mencionados que se generan a partir de la obesidad, se agregan aquellos de índole sicológico que ya mencioné.
Frente a esto lo que hay que hacer es, primero tomar conciencia de que se está frente a una enfermedad, ya no es una situación, cambiar los hábitos alimentarios y aumentar la actividad física, junto con una evaluación médica que permita observar en forma objetiva la condición en que se encuentra el niño y así tomar las medidas que permitan empezar a mejorar el futuro nutricional y personal del niño.-