Columna de Opinión
Unidad para la Cop 25
Sebastián Jans Pérez
La huella del cambio climático es cada vez más patente en la realidad nacional, expresada en efectos que están trayendo visibles consecuencias en nuestra larga geografía. La evidencia pluviométrica es, desde hace rato, la mejor constatación de que muchas características, que eran parte de nuestra cualidad climática, se han perdido, trayendo carencias hídricas que están afectando a diversas comunidades y desarrollos locales y regionales.
Ello no solo tiene que ver con nuestro país. Es un problema global que está manifestándose planetariamente. Desertificación, alteraciones climáticas con recurrencias de eventos extremos, alteración de patrones en las lluvias, desaparición de suministros naturales del agua, migraciones, crisis sanitarias, desaparición de zonas productivas vinculadas a la producción alimentaria, etc. son preocupaciones crecientes de los gobiernos.
Para la ciencia en cambio, las perspectivas son aún más dramáticas y tienen que ver con la propia sobrevivencia humana. Existe la amenaza de que, si el promedio de la temperatura mundial sobrepasa ascendentemente los 2 grados, la Humanidad se vea enfrentada a un viaje sin retorno que llevará a su extinción, como consecuencia del deterioro de las condiciones que hacen posible la vida humana en el planeta.
En los últimos 70 años, se consideró que uno de los peores desastres que podía vivir la Humanidad era una guerra atómica. Algunos pusieron como equivalente el choque contra la superficie de nuestro planeta de un asteroide de gran tamaño. Sin embargo, en las últimas tres décadas, se ha constatado que la tercera amenaza es el calentamiento global, producto del efecto invernadero.
Esa amenaza es lo que genera la primera Conferencia de las Partes sobre Medio Ambiente y Cambio Climático, que permite llegar al Acuerdo de Paris de 2015, donde se establecen medidas concretas y urgentes para frenar el calentamiento global. Tres años después queda la sensación de que no se ha hecho nada, desde el punto de vista de la aplicación de las recomendaciones de ese acuerdo histórico, especialmente por parte de los países que más generan emisiones que producen efecto invernadero.
En ese contexto, la Conferencia de la Partes sobre Medio Ambiente y Cambio Climático, en su XXV versión se realizará en Chile, entre el 02 y 13 de diciembre próximos, siendo la cita planetaria más grande efectuada en nuestro país desde el Mundial de Futbol de 1962 y la UNCTAD III (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) de 1972.
Sin duda, en virtud de la gravedad de los pronósticos que se relacionan con el calentamiento global, y la significación que tiene un evento de tal magnitud, la COP 25 es un desafío para todos los chilenos, en toda su diversidad. La concurrencia de todas las voluntades, para impedir que los factores que aumentan o inducen al efecto invernadero se sigan reproduciendo, es fundamental.
De las amenazas y de sus consecuencias nadie puede salvarse, menos nuestros descendientes, por lo cual, se trata de trabajar por el aseguramiento de la sobrevivencia humana. Así, no es una tarea que solo corresponda ser abordada por algunos, y donde actúen cómodamente quienes comparten solo ciertas identidades.
Eso es absurdo. Lo que corresponde es que todos colaboremos para que COP25 sea realmente un éxito, no solo en su organización, sino también en acrecentar la toma de conciencia nacional e internacional sobre los peligros que se ciernen sobre la vida humana y el ambiente en que ella se desarrolla.
Generosidad y mancomunión es lo que necesitamos. Para ello es fundamental la unidad política, social y moral de todos los sectores y de todas las instituciones, más allá de sus diferentes intereses y objetivos cotidianos.