Opinión: La columna vertebral de Chile por Javier Torres Rojas

La columna vertebral de Chile por Javier Torres Rojas 

     Dentro de la semana, en víspera del cambio de mando presidencial, recibí una solicitud poco usual de mi hija: “Papá, qué vas a hacer el viernes”, intuyendo inmediatamente lo que venía a continuación, respondí con un a secas: “Nada, tengo clases temprano y dispongo del resto del día”. Inquirí en este diálogo para que me contara en qué estaba pensando. Dudó por un momento hasta que, sin mediar ningún otro intercambio, me dijo: “Quiero ir a conocer al nuevo presidente”, lo que yo interprete como: “Estoy interesada en el cambio de mando”. Esto me puso muy en alerta, debido a que sentí una necesidad irrefrenable de darle en el gusto a su deseo, un deseo inusual si se quiere, pero que tiene una inconfundible imagen de algo que se esfuerza, que se proyecta, que está por nacer o que ya da señales de vida. 

     Sabía que tenía que retirar a mi hija del colegio antes de su horario de salida, sin embargo, aprovechando una complicidad con mi esposa, ella me advirtió por medio de una pregunta: “¿No es más importante que viva y vea lo que está sucediendo por ella misma en este momento? Pensé un momento y, sin duda, mi asentimiento fue inmediato y sin concesiones, porque recordaba las cientos de veces que le he preguntado a mi hija si los profesores, especialmente de historia y otros afines, le habían hablado de este episodio de nuestra historia que acontecería y su respuesta quedaba estampada con un lapidario: ¡NO!.  

     Llegamos al día señalado. Gabriel Boric asume como nuevo presidente de la nación y, tanto en Valparaíso como en Viña del Mar, las personas se aglomeraban para ver al nuevo presidente, con la esperanza de estrecharle la mano, tomar una fotografía y sentir que la historia se vive y no tan solo se cuenta en formatos digitales, ya sea por medio de una estrecha pantalla de celular o televisión. Para mí, sería mi primera experiencia y lo sentí como una respuesta formativa, más allá del aula, in situ, encarnado en una propuesta juvenil de acercarse a los acontecimientos directamente, dejando que estos dejen recuerdos y huellas que movilizan la emoción, la curiosidad, un comportamiento futuro que desconozco, pero que me llena de expectativas por no saber que será. 

     Estuvimos en Cerro Castillo y, aún cuando no pudimos ver al presidente, conocimos a varios representantes de otros países y, especialmente, a Alberto Fernández, presidente de Argentina. A Gabriel Boric, lo vimos ascender por los aires en el helicóptero que lo llevaría a la Moneda, donde esperaban cientos de personas, entre ellos muchos niños, niñas y jóvenes, muy jóvenes, que quizás, tenían la misma necesidad que mi hija de ver los acontecimientos en primera persona, sintiéndose parte de algo que les pertenece, que sienten como suyo y que veo que se despierta más rápido que tarde en la juventud de la cual me rodeo todos los días en mis labores de profesor. 

     Al regresar, noté más satisfacción que decepción en el rostro de mi hija y, aún cuando no pudimos ver al nuevo presidente, sentí que ella estaba conforme con lo realizado, porque al menos habíamos querido acercarnos a la historia de manera directa, en un contexto donde participamos personas que no nos conocíamos, pero que sin mediar introducciones, conversábamos de lo que sentíamos y deseábamos conseguir al estar allí, tan cerca de un nuevo presidente, que nos atraía por lo que simboliza para nuestro futuro, para el futuro de esta columna vertebral que son nuestros niños, niñas y jóvenes, libres, con menos prejuicios, despolarizados y con un sentimiento personal de esperanza para nuestra alicaída moral que nos caracteriza. 

Cerro Castillo, viernes 11 de Marzo, 2022