Por Vidal Naveas Droguett
Un personaje copiapino en la historia del Noroeste Argentino
El grado de Sargento Mayor correspondía antiguamente en los ejércitos, al oficial más antiguo, después del jefe; era considerado un ayudante, un secretario de los comandantes en los regimientos, batallones o compañías.
Eso era don Estanislao Medina, el lugarteniente, el segundo en el mando de don Felipe Varela, el Caudillo de las Provincias del Norte en la Argentina.
Felipe Varela en sus huidas a Chile, conoció en Copiapó a Estanislao Medina, hombre de carácter fuerte, decidido y valiente; con una rudeza que rayaba a veces en la crueldad.
Gozaba de una envidiable fortuna obtenida en sus labores mineras, con la cual podía convencer hasta el más duro de los jueces, que quisieron enviarlo a prisión por acusaciones de sus enemigos, de los cuales tenía muchos, en Chile y en Argentina.
Estanislao Medina tenía un buen conocimiento de las armas, pues anteriormente había sido oficial de una unidad de carabineros en Chile y sometido a proceso por desacato y abandono de sus deberes militares.
Felipe Varela conociendo de la vida y las correrías de Estanislao Medina, lo invita a unirse a sus milicias. Junto a cuatro hombres más cruzaron la cordillera, para seguir luchando por sus ideales.
Estando en Argentina, Felipe Varela con sus tropas derrotó a Linares en Guandacol el 2 de enero de 1867.
Rápidamente se les fueron uniendo otros milicianos, hasta formar un buen contingente el que fue conocido como La Unión Americana, con hombres de Chile, Argentina y Bolivia; y de las ciudades interiores como Catamarca, La Rioja y San Juan, con los que lograron dominar las provincias del Norte Argentino.
Varela, envió a Medina con 700 hombres – fuertemente armados – para ocupar Catamarca, allí se encontró con que Tinogasta estaba custodiada por Melitón Córdoba. El Chileno, como le llamaban derrotó a las fuerzas atrincheradas de Córdoba, en sangriento combate. Medina asaltó las posiciones fortificadas arrebatándoles la ciudad reuniendo unos 400 prisioneros y armamentos como carabinas, lanzas, espadas y sables.
En la madrugada del 14 de marzo de 1867, las tropas de Córdoba y de Medina se enfrentaron en el Combate de Tinogasta. En momentos en que Córdoba empezaba a imponerse sobre su adversario fue muerto de un balazo en la cabeza, tras lo que sus tropas se dispersaron.
Medina capturó e hizo degollar a su segundo al mando, el caudillo de Andalgalá Luis Quiroga. Al día siguiente el cadáver de Córdoba fue mutilado y junto al de Quiroga fue arrastrado por caballos y sepultado en un médano cercano.
Felipe Varela incursionó en todo el norte argentino, Jujuy, Salta y Bolivia cayeron en sus pies.
A comienzos de noviembre una andrajosa columna que, sólo conservaba con orgullo unos pocos cañones cruzó la frontera boliviana.
La cruzada federal, según Varela comenzaba a terminar, este miró por última vez a sus hombres antes de licenciarlos y con un abrazo despidió a sus oficiales. La guerra había terminado. Ahora se convertiría en un exiliado.
La columna llegó a Tarija. El caudillo detuvo por última vez lo que quedaba de sus tropas, desmontó pesadamente y se dirigió a Guayama; los rostros duros que, llevaban en la curtida piel, por el viento y el sol de las pampas observó detenidamente. No hubo palabras, solo un abrazo vigoroso fue la despedida con sus hombres, cientos de leguas recorrieron juntos combatiendo al “Tirano de Buenos Aires”. Ya era tiempo del adiós.
Era el tiempo de abandonar tantas calamidades, era la hora del destierro.
Sin embargo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiso conjugar la teoría con la acción. Desde Potosí, el 1 de enero de 1868 redactó su famoso “Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos Políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67”, donde resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la Constitución Nacional de 1853. “Combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”, expresó el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas de coraje y altruismo.
Sin embargo una nueva embestida se inició con el fusilamiento del caudillo riojano Aurelio Zalazar, conductor también de montoneras. Varela, indignado se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista durante la Navidad de 1868.
Fue entonces que Varela fue definitivamente derrotado el 12 de enero de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el último capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal – y contra el orden mitrista, la cara política de dicho sistema – en el Interior.
Felipe Varela cruzó a Chile por Salta y se quedó un tiempo en Antofagasta junto a su amigo y lugarteniente Estanislao Varela.
En Copiapó se llevó a cabo un juicio, el que acabó en los Tribunales de la Corte Suprema de Justicia, la denuncia fue hecha por el abogado Dolores Passi y acusaba al montonero Estanislao Medina de atravesar la cordillera y participar en guerrillas en el otro lado de la cordillera. Estanislao Medina fue absuelto, anotaciones que extractamos del Boletín de las Leyes en la Gaceta de los Tribunales.
Felipe Varela, falleció el 4 de junio de 1870 en Nantoco, y fue sepultado en el cementerio de Tierra Amarilla, lugar cercano a Copiapó (Chile).
No nos hemos dado el tiempo de buscar la tumba de Estanislao Medina, pero ciertamente ya la encontraremos