ETHOS POLÍTICO: ÉTICA, ESTÉTICA Y EMOCIONALIDAD:
Desde hace más de dos décadas, todos los estudios de opinión han mostrado el deterioro de la calidad de “la política”, ese espacio donde fluyen los sueños de la gente, donde se habla de los anhelos de vida, donde se configura el ethos y su respectiva ética, estética y emocionalidad, cuyas métricas constituyen el Desarrollo Humano. En estas décadas se ha evidenciado el desencuentro (de esa política) con “lo político”, es decir, esas materias que ocupan los quehaceres, tiempo, atención y pensamiento de “los políticos”.
En esta tensión y falta de sintonía entre “la política” y “lo político”, se fue acumulando el descrédito y desprestigio de “los políticos”.
Los marcos ideológicos terminaron de empaparse de un materialismo aberrante y radical, que alteró el sentido y concepto de lo humano y su dignidad. Los bienes públicos fueron sustituidos por los bienes privados, más que atender al bien común se exacerbó el bien privado. Se trata de tiempos de incertidumbres, de creciente traición a los principios y valores del Humanismo. Donde instituciones espirituales: religiosas y laicas, éticas y filosóficas, han faltado a su fidelidad, compromiso y consecuencia, con esos ideales, mostrando un desdén y permisividad contagiosos, normalizando la laxitud y lenidad valórica.
Estamos frente a una profunda crisis ética de la que somos responsables, que he denominado “Pandemética”, por constituir una pandemia de degradación ética de alcance global, que afecta el pensamiento, en sus expresiones religiosas y laicas, a las instituciones comprometidas con estos temas: iglesias religiosas (de distinta denominación) y a los templos laicos (masónicos), las aulas de la educación y los medios de comunicación, cunas donde a lo largo de la historia se guardó compromiso con la preservación de los valores del Humanismo.
La presencia de estos temas y la influencia de los actores relevantes (mencionados) se debilitan en el espacio público y privado, hasta casi desaparecer, en medio de un vano consuelo de autoengaño en función de lo que otros, en otros tiempos, han hecho. Sin reparar que el déficit está en nuestra acción, la morosidad es de nuestro tiempo. Se requiere adaptabilidad a la sociedad digital, a las tecnologías de información y comunicación (TIC), de lo que dependerá la capacidad para influir, para promover la permanencia y vigencia de esos principios y valores fundamentales, en pro del “bien-estar” de la sociedad.
Hoy se vive una ética light, sin compromisos, sin culpas ni castigos consecuentes. No es que no exista atención hacia estos temas. Más bien se trata de arrebatos transitorios, episódicos, de duración limitada, como ocurre entre una imagen y la siguiente, como si se tratase de un noticiero o serie. La conmoción ética solo dura el instante que media entre un evento y el siguiente.
Se trata de un sistema fallido NO por incapacidad para generar riqueza. Muy por el contrario. El fracaso deriva de la mala redistribución de la misma. Es un asunto ético, de sentido de vida, de concentración de la riqueza en pocos, frente a muchos otros plenos de precariedad. No hay un adecuado correlato en el desarrollo de los bienes públicos. Y, todo ello, en medio de la competencia, la banalidad ostentosa e insensible, de un sistema marcado por el individualismo y el debilitamiento valórico.
Los principios y valores Humanistas están secuestrados, huérfanos de protección, en franco retroceso y a nadie parece importarle. Reina el desdén, que es la indiferencia o desprecio frente al proceso descrito; la banalidad, que es asumir el asunto con trivialidad, sin asumir su importancia, urgencia y trascendencia, sus consecuencias y efectos; y, la lenidad, que consiste en asumir una actitud de blandura, sin el rigor adecuado, no exigiendo el cumplimiento de los deberes y dejando sin castigo las faltas y omisiones. Esto es más complejo cuando afecta a las instituciones que auto-proclaman su compromiso al respecto.