Bustos de Gabriela

Desde La Serena: Juan Manuel Mancilla .Músico y Escritor.

A lo menos, reconozco alrededor de tres bustos esculturas sobre Gabriela por la zona transversal: una que está muy cerca de mi actual departamento, a un costado del campus compartido de Ingeniería en Minas y la Biblioteca Central de la Universidad de La Serena, entre Enrique Benavente con Anfión Muñoz, la que vale como pórtico lítico-poético al Centro de Estudios Mistralianos de la misma casa de estudios.

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La otra, emplazada en la Avenida de Aguirre, cruzando la carretera Panamericana o Ruta 5 Norte, en el llamado Museo al Aire Libre, Paseo de los poetas/Avenida de los Poetas, rumbo al Faro y al Océano Pacífico. La tercera está en la plaza principal de Vicuña, valle adentro.
En todas ellas noto que predomina un feísmo tremendista, un expresionismo exasperado que las hace muy atractivas, ya que han exacerbado algunas dimensiones y facciones de la cabeza de la poeta elquina. Llama mi atención estas constantes en las tres obras observadas. Me pregunto si la decisión interpretativa por parte de los escultores fue dirigida hacia ¿La escritora o hacia sus escritos? Ambas posibilidades, ambas lecturas o quizás ninguna de las anteriores.

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En el caso de la escultura camino al mar, que fue creada por una amiga de ella, la afamada artista Laura Roig, viajera y compañera de ruta de Mistral, propone una visión extraña para Gabriela. El busto tiene algo inquietante, alienígeno, un rostro de líneas alargadas y cónicas, de mirada insectaria ojiva, como hecho a la rápida, venido de un descuido, sin mirar, como a tontas y a locas, como de rara.
Quizás por ahí va la clave. Porque posiblemente Roig advirtió en ella una especie de origen cósmico, más allá de lo terrenal terráqueo, como venida del allá, ancestral, anterior a las fundaciones y a las eras bíblicas, genealógicas del génesis humano. Tiene algo de la Dama de Elche. Perturba, desconcierta y descoloca. Su situación hace que la figura mire hacia el Sur.

En la escultura de Vicuña dos cosas llaman mi atención: una cierta performativa urbana, no programada, no planificada o provenida del azar con sentido nietzscheano o de la afinidad electiva formulada por el poeta de Frankfurt, donde en vivo y en directo se concreta al paso del visitante el tópico de las Armas y las Letras, ya que la escultura está ubicada en la Plaza de Armas de la ciudad.
Y aún más extraña resulta esta propuesta de Samuel Román, otro connotado escultor chileno, ya que el busto nos ofrece un amplificado del rostro de Gabriela, rejuvenecida, también como de otro tiempo, de otra era. No es la Gabriela de los billetes rosa anaranjados, es una mujer onírica, no en acceso místico sino alucinado, tal cual ella capitula en una sección de Tala. Por cierto, mérito del artista plástico que capturó con zoom a la psique en ese movimiento complejo que es el ir y venir de la cabeza en la inconciencia inconsistente del estado confuso hipnotizado.
Esta Gabriela no está en posición vertical como las otras sino que está recostada sobre su terruño llevado. En esta ocasión ella mira al cielo elquino. Contempla las estrellas que la trajeron y llevaron hasta allí.

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La tercera escultura es una obra de nadie al parecer, al menos no tiene autoría en el monolito que la sujeta. Una placa fue retirada de este soporte, quizás pudo contener información como autor y título. Está hecha en bronce o algún metal, pero fue pintada blanca con óleo, lo que le da un aspecto engomado. Y es notable el tamaño de la cabeza mistraliana. Tiene forma de globo aerostático suspendido en el tiempo. Podemos afiliar a la metáfora como la cabeza de Gabriela la llevó a volar, a elevarse del país y contemplarlo desde diversas direcciones, revés de ángulos y puntos de fuga como ningún otro habitante de esta esparcida y claustrofílica tierra ha hecho. Su cabeza la hizo viajar, viajar por todo el mundo y en panóptica poética, por el cosmos, por cierto, universos que caben y desbordan en su cabeza.
Las ideas que en ella brotaron, las genialidades que desde esa sentiente matriz de Atenea le hicieron parir versos en el corazón de la razón, partida como la nuez caída del nogal de su valle y que recogida por la mano segadora, esperanza en su tiempo de apertura. Esta cabeza de Mistral fue ubicada mirando hacia el norte del paisaje.

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Finalmente, existe una especie reciente de friso o relieve que la incrusta en una pared de la ex Estación de Trenes de La Serena, hoy oficina municipal llamada Edificio Gabriela Mistral. Esta cara de Gabriela la muestra como si su ojo izquierdo haya recibido un puñetazo, un golpe que le inflamó la piel del pómulo y desfiguró al ojo y le hizo caer al párpado. Quizás esta interpretación escultórica (¿de Marcelo Lira?) tenga que ver con los episodios violentos que sufrió la poeta en la ciudad de La Serena en su adolescencia.